martes, 3 de julio de 2012

"LA CIUDAD QUE INVENTAMOS CADA DÍA"



La cuadra 2 del jirón Domingo Orué, en Miraflores, es un espacio que, a simple vista, los arquitectos nunca tomaron en cuenta. 

Durante mucho tiempo la indiferencia de sus edificios le dio un aspecto ajeno y desolador. Hasta que sus vecinos no aguantaron más. En los últimos tres años la calle empezó a cambiar.

Primero fueron unos artefactos de color que aparecieron sobre los muros; después unas jardineras con geranios y buganvilias; más adelante unas bancas de madera bajo arcos florales. Con el tiempo se sumaron otras calles y, poco a poco, en esa parte de la ciudad se gestó lo que hoy llaman el ‘museo de los vecinos’: siete calles a la redonda dedicadas a la transformación urbana.

No estoy seguro de que el resultado me guste, pero eso no cuenta. Lo importante aquí es la construcción de lo que el mismo artista que impulsó el cambio, el argentino Arnaldo Molinari, llama ‘calles de luz y de paz’. Espacios para ser felices (en la ciudad).

Y así como este entusiasmo vecinal está buscando recuperar la calle como espacio público, un exceso de entusiasmo puede ser resbaloso. Si no, veamos el caso de La Molina. Este domingo se anunció que una empresa privada, segura-mente con muy buena intención pero con muy poco conocimiento, está dispuesta a poner en valor la huaca Melgarejo.

Melgarejo es el sitio arqueo-lógico más importante de ese distrito, y la empresa en cuestión propone recuperarla a cambio de levantar en el perímetro circundante una serie de restaurantes, un gimnasio, auditorio, juegos infantiles y, debajo de la estructura milenaria, un estacionamiento para más de 300 autos.

Es cierto que en Lima hacen falta instalaciones de ese tipo, pero ¿es esa la manera de proceder? “Es como si alguien quisiera hacerle mejoras al Olivar de San Isidro a cambio de instalar restaurantes y tiendas alrededor”, me dijo un amigo arqueólogo con quien consulté el tema. Yo pensé en Pucllana, con un estacionamiento por debajo. Inaudito.

Pero más allá de gustos personales, el proyecto sería inviable por una sencilla razón: ese perímetro no solo es terreno público sino intangible. Forma parte del entorno arqueológico y por ley está protegido. Otro argumento de peso es que en todo plan de recuperación lo que debe primar es lo histórico, lo social y lo cultural, por encima de lo comercial.

En este caso, levantar restaurantes y galerías alrededor de la huaca no solo le quitaría perspectiva y presencia, tan necesario para apreciar un monumento. Le restaría dignidad y lo convertiría en accesorio de lo comercial. Por eso es también una cuestión de visión.

“La arquitectura apunta a la eternidad”, dijo el británico Christopher Wren, arquitecto de la catedral de San Pablo en Londres. Para los vecinos de la calle Domingo Orué, quien dicho sea de paso fue alcalde de Lima, esto no es un problema. Ahí, ese lugar que la arquitectura abandonó solo puede ser mejorado. En Melgarejo, la tarea es otra.

Publicado en El Comercio: 21/3/12
Foto: www.porlascallesdelima.com

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