martes, 5 de febrero de 2013

LA FLOJERA Y EL OLVIDO

Este domingo leí una nota muy inspiradora de la pluma de Josefina Barrón, cuando se refería a uno de nuestros grandes, y desconocidos, arquitectos: Enrique Seoane.

Ya antes, en el blog de Lima Milenaria, un entrevistado había comparado el talento de Seoane con el de Mies van der Rohe. Con la trágica diferencia que a uno lo conocían en todo el mundo y al otro, casi nadie. Ni los mismos limeños. Desconocemos muchas historias de nuestra ciudad. Por alguna razón, memoria es lo que nos falta.

¿Será porque somos tierra de migrantes? Migrantes son los que llegaron ayer, hace 10 años, o hace 40. Pero también lo son aquellos que llegaron hace 100, 200 o 300 años. Incluso entre los arqueólogos hoy existe mayor evidencia que indica que hace 2.000 años Lima ya tenía esta característica: ser zona de confluencia para gente de muchas partes. Esto, entonces, debería ser una fortaleza antes que una debilidad.

Pero esa nota dominguera me inspiró a leer más sobre este gran señor. Seoane nació en 1915, en un momento crucial para la ciudad: su primera gran expansión urbana y los preparativos para el centenario de la Independencia.

Fue el momento cuando el Centro Histórico se transforma y surgen nuevas avenidas, como La Colmena; plazas, como Dos de Mayo y San Martín; y edificios, como el hotel Bolívar. Hay una efervescencia creativa a la que también aportan arquitectos formados afuera, como Rafael Marquina, o extranjeros como el español Manuel Piqueras, el polaco Ricardo de Jaxa Malachowski, o el francés Claudio Sahut. Seoane, tal parece, era un hombre con una enorme libertad interior.

Se movió con fluidez y creatividad en estilos tan distintos como el neocolonial, inspirado en el barroco limeño (edificio Rizo Patrón, esquina de Tacna y Wilson); el neoperuano, inspirado en sus raíces prehispánicas (edificio La Fénix, plaza Elguera); y una escuela de líneas más universales, como el representado por el edificio Limatambo, en el cruce de la Vía Expresa con Javier Prado.

Hoy vivimos un proceso similar al de hace casi un siglo: estamos ad portas del bicentenario y Lima vive una gran etapa de modernización y crecimiento. Pero, ¿es un momento de gran efervescencia creativa? ¿Dónde se están levantando los edificios que amarán las próximas generaciones? ¿Cuál es el diseño que se quiere para la ciudad del futuro? Siento que en el camino algo hemos perdido.

Yo no veo ni desafíos que conquistar ni ganas de construir con un sentido de futuro, de belleza o de calidad de vida. La única efervescencia que se ve en estos días es la del dinero. Pero también se ve un aumento de grupos de limeños indignados por la falta de protección a su ciudad, a su memoria. Eso ya nos debería decir algo.

¿Qué dicen sobre esto los arquitectos, los ingenieros, las autoridades? Un aspecto tiene que ver con la Ley 28296 sobre patrimonio cultural, que habla de manera indirecta sobre delitos contra el patrimonio. De repente toca definir mejor este concepto y activarlo. O pensar en medidas que nos devuelvan el entusiasmo y la memoria.

Publicado en El Comercio: 22/8/12
Fotos: divagarquitectura.blogspot.com y vitruvius.com

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